Cuando una tragedia nacional como el desplazamiento interno de campesinos, se ha comunicado por los medios masivos con tanta asiduidad, desafortunadamente el público ha llegado al punto de insensibilizarse ante este cruel fenómeno y ha asumido la posición de sobrellevarlo como un problema más de los tantos que hay. Se ha perdido la sorpresa por la realidad, y mucho peor, se ha perdido la vergüenza.
Al suceder esto, es cuando se hace necesaria la intervención del arte para que el asunto no sólo sea informar al público general de la situación, es decir, que se sepa que sucede, sino que emocionalmente los espectadores se conmuevan ante esta triste cadena de hechos que se ha vuelto inmanejable tanto para el gobierno como para sus habitantes.

El espectador de antemano sabe que va a encontrarse ante un relato documental acerca del salvajismo de la guerra colombiana contra los niños, pero la primera sorpresa antes de la llegada del monstruo devorador creado por los adultos, es la presentación del mundo que va a ser destruido. En esas secuencias del primer acto, el mundo del campo colombiano es mostrado con su belleza, pero desde el punto de vista infantil. Destacan el contacto con los animales, el cuidado con los alimentos de la tierra y también con la sencilla, pero también, la cercana relación de los cuatro niños protagonistas con sus padres. En este punto del relato, la obra es envolvente por la sensación de cercanía que tienen los niños con su entorno, incluso con los pequeños centros urbanos donde llevan en familialos productos de sus fincas. El tiempo de concentración en describir el hermoso mundo que han construido por generaciones los campesinos colombianos, es posteriormente, lo que causará dolor al espectador y más aun, al espectador colombiano, de ver y oír como la belleza de las montañas y riberas y también de las personas que las habitan, son destruidas mientras sus pobladores son sacados a la fuerza.


Al final, la película deja una doble sensación incrustada en el pecho. Primero, el dolor de un país que se está autodestruyendo pasando por encima de sus pequeños hijos, pero también queda la sensación de querer ver como sus creadores hilaron este hermoso relato e indagar como fue hecha toda su manufactura. Es una película para sentir orgullo por su relato, pero tristeza, por la realidad de las historias.