(Escrito el 5 de octubre de 2011)
Entre toda la decepción que logra generar la película colombiana Póker, el defecto que más sobresale en ésta, es la deficiente construcción de su guión. Si su columna vertebral falla, los demás defectos que tiene, se le notan aun más. No logra maquillarlos ni con una cámara en continuo movimiento, ni con recurrentes flashbacks, ni con un montaje agresivo, ni con una música original pesada, ni con exceso de diálogos y gritos.

La película se desarrolla como un espiral de destrucción de cinco personas en un crescendo de emociones, que al final, deja a los espectadores con la mala sensación de que les dieron el final de otra película distinta a la que entraron a ver.
Con respecto a la construcción de los protagonistas, la película tampoco es sólida. Hace una apuesta por elaborar perfiles traumatizados por conflictos emocionales, económicos y sociales, y pasa primero a crear el estereotipo y luego a la truculencia. Los personajes no pueden salirse de su molde inicial del estereotipo, el hombre que pierde a su familia, la mujer violada, el cura tramposo, y luego el asunto empeora, porque en los flashbacks de sus recuerdos, se va metiendo más y más información, tanto así, que el pasado de ellos ya se vuelve truculento. El objetivo de la narración, era llevarlos a la mesa de póker con tanta presión que al final estallaran ahí, pero con estos personajes sucedió como pasa con las bicicletas antes de una competencia, que se les inyecta tanto aire en las llantas que cuando empiezan a rodar en la carretera, se estallan antes de tiempo. A los protagonistas se les rellenó con mucha información, lo cual hace más delusorio su incoherente final. Hay demasiada información del argumento que se entromete en la historia.

Las actuaciones son pobres también y por partida doble. Primero, porque el guión no daba para que pudieran ofrecer algo más, pero también porque el casting estuvo deficiente. Los actores nuevos como Javier Ortiz quien interpreta al antagonista principal no convence para un papel con tanta exigencia, ni tampoco Angélica Prieto, como la talladora de la mesa, quien es la más fácil de olvidar. Por su parte, los experimentados Luis Fernando Hoyos y Juan Sebastián Aragón, no podían hacer mucho con sus papeles tan esquemáticos, y la corta aparición de Alejandra Borrero, más que temor, provoca risa. El único actor que sale bien librado es Rafael Novoa en su primera incursión en el cine. Lástima que sea para una película tan pasajera. Los personajes femeninos son débiles en general y los diálogos de toda la obra suenan impostados.
A esta película se le nota que le hizo falta la asesoría de expertos en guión que le hubieran dado un mejor resultado a la obra. En conclusión, en Colombia es mejor quedarse con la cerveza Póker que con la película Póker.