
En esta película, que sorprendentemente llegó con rapidez a la cartelera local, el personaje principal Gil (Owen Wilson), es un escritor de guiones para Hollywood que se siente insatisfecho con su cómodo modo de vida burgués y fantasea con solamente escribir libros de literatura que no sean de interés para un público masivo, sino para un público selecto y exigente. Un viaje sorpresa a París con sus futuros suegros y con su pretenciosa novia Inez, (Rachel McAdams) le despierta nuevamente el incentivo por terminar de escribir su primera novela.

Lo interesante de este relato de Allen, es que el personaje de Gil no altera nada de lo que acontece en esos días, ni quiere darle a lo personajes de la época alguna fórmula de uso en el futuro, ni tampoco arreglar hechos históricos, sino que su nostalgia va a un nivel tan romántico, que solo quiere tener charlas con su héroes artísticos y conseguir la aceptación de sus escritos por parte de ellos. Gil tiene charlas con grandes autores como Hemingway, F. Scott Fitzgerald, Picasso, Dalí, Buñuel, Gertrude Stein, Cole Porter y Man Ray. Usa como recurso situaciones conocidas de otras historias arquetípicas, como las campanadas de medianoche como clave de inicio y la aparición de una carroza mágica transformada en un auto lujoso de los años veinte, para recoger al apesadumbrado pasajero.
Con esta obra, Allen manifiesta como lo ha hecho en varias de las películas nombradas con anterioridad, la constante tensión que el ser humano tiene con las responsabilidades que su tiempo actual le inflige para sobrevivir y con la decisiones de adaptación que debe tomar diariamente.
A pesar de repeterirse en el neurótico personaje principal, los escapes al pasado y el uso de algunas evidentes acciones de la clásica historia de La Cenicienta de Charles Perrault, la película de Allen es fresca en su relato y rápidamente se olvida este artilugio narrativo para dar paso a la degustación de las conversaciones y situaciones con los artistas, que son presentados en su manera más popular, pero que se enriquecen con el diálogo que Gil les propone.

Hay una sugestiva conclusión después del viaje propuesto en la obra, acerca de correr la cortina o la creencia, del viejo adagio que dice “todo tiempo pasado fue mejor”. En Medianoche en París, Woody Allen propone que no es tan cierta la creencia en el absolutismo de un mejor modo de vida de las épocas doradas y es optimista con la confrontación con el presente, basado en las decisiones consecuentes con los objetivos de la vida. Muy recomendada esta obra de este infatigable autor.
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