sábado, 26 de marzo de 2011

Los colores de la montaña: los sonidos del desplazamiento

(Escrito el 23 de marzo de 2011)


En el pasado festival de cine de Cartagena la película Los colores de la montaña junto con Todos tus muertos, fueron la mejor muestra del cine colombiano ante su propio público y también ante el iberoamericano, en la categoría de competición oficial en largometraje de ficción.  En la obligatoria actividad de publicidad y mercadeo de la obra, con su claro objetivo de acercar al público a las salas, los productores llevaron a los niños protagonistas al festival para llamar inicialmente la atención del público. Este encuentro en las calles de la ciudad amurallada, frente a las cámaras de los noticieros que los acompañaron durante el trayecto en que los niños conocieron el mar por primera vez, formaron un primer vínculo para que el espectador desprevenido empezara a tener cierta curiosidad por ir a ver la película.  
Y afortunadamente al ver la obra del antioqueño Carlos César Arbeláez, estos niños actores no se convirtieron en la pantalla en esos pequeños personajes sabelotodos con ínfulas de convertirse en estrellas de cine o televisión, ni tampoco en los niños acostumbrados a la ruda vida de la calle, que se defienden con sus puños, pero especialmente con groserías.   Para esta ocasión, el delicado guión escrito por la propia mano del director, nos cuenta la historia de un grupo de niños una vereda en Antioquia llamda La pradera, quienes se ven obligados a interrumpir su rutina en los espacios delimitados por el colegio, la casa y la cancha de fútbol. El nuevo balón de fútbol del grupo de niños cae en un campo minado y alrededor de este suceso, la vida de ellos  y sus familias empieza a derrumbarse por la presencia taciturna de la violencia que los va acechando poco a poco hasta desplazarlos.
La película narra con desenvoltura la vida cotidiana de estos niños campesinos, que generan un ambiente de armonía sonora en un lugar construido por sus padres y abuelos, pero que a medida que los diversos agentes de violencia se van tomando estas montañas, entra en las secuencias finales en un silencio que va arrebatando todo lo que tocan.   Esta disminución de los diálogos que son reemplazados por acciones de huida, junto a su impotente final, la convierten en una obra que nos remite al escenario que pareciera no tener solución en Colombia que es el de la apropiación de la tierra.  La obra no busca resolver este problema, ni hacer una tesis de solución, pero sí deja una importante marca que muestra la golpeada vida de los campesinos de Colombia de la zona andina en esta ocasión.
Sin llegar a puntos de manipulación que tuvieron películas anteriores como la mexicana Voces inocentes (de historia salvadoreña), ni tampoco acudir al estremecimiento de la película iraquí Las tortugas también vuelan, esta película colombiana deja una huella emotiva en la filmografía de obras que narran fragmentos de conflictos bélicos contados desde el punto de vista de los infantes.  Con esta película Carlos César Arbeláez hace un aporte universal desde Colombia, un lugar del mundo que ha sido un constante portador de malas noticias. También hay que resaltar la asesoría de Carlos Henao en el guión, actualmente uno de los mejores en este ramo de la filmografía nacional.
El acertado trabajo actoral con los niños, la compenetración con las locaciones, los pequeños detalles del vestuario de la vida rupestre colombiana, además de una fotografía que duele observar porque muestra esas partes de Colombia que se está perdiendo por la vía de las armas, son otros de los valores de esta singular película que afortunadamente por la buena respuesta del público en el festival de Cartagena, pudo llegar a las salas de las principales capitales del país.