Buena parte de los estadounidenses de los grandes centros urbanos, inician su día con una inmensa taza de café - negociado a bajo precio con los países productores - para que esta taza les provea la energía necesaria para trabajar al máximo ese día y llegar a un alto nivel de productividad. Esto se traduce al final del mes en más dólares en la cuenta bancaria. Por eso la idea de contar la historia de una pastilla que le despierta a su personaje principal toda la capacidad cerebral para que trabaje más, pelee más, consiga más mujeres y se haga rico, seduce fácilmente a aquellos con mentalidad capitalista. Sin límites ha tenido una copiosa recaudación de taquilla en los Estados Unidos, al proponer la idea de conseguir una manera rápida de llegar al éxito económico, y mejor aun, conseguirlo de manera individual. En Colombia la película también ha tenido buena taquilla porque la mentalidad de éxito rápido está extendida en buena parte de la población colombiana.
Hay que aclarar que no es una película memorable, todo lo contrario, es de rápido consumo porque tiene muchas inconsistencias en su guión, que retuercen su trama en demasiadas ocasiones. A pesar de ello, la obra de Neil Burger es honesta en su discurso de la misión del hombre solitario que obtiene la fortuna dentro de sí mismo. Esta vez el tesoro escondido que persigue este héroe no está escondido en ninguna isla, ni en una gruta, ni en la cima de una montaña. El tesoro está dentro de él y por esa misma razón, no le interesa compartirlo con nadie más. La película es una oda al individualismo, al egoísmo, la fama, la soberbia, el derroche y la lujuria. Por esa razón es consecuente no solo con los tiempos actuales sino también con el espíritu humano y sus pasiones desaforadas por el placer. De la misma manera, ese derroche y lujuria también se evidencia en la propuesta visual que algunas veces es creativa como en el efecto bien logrado, en que la cámara avanza de calle a calle sin necesidad de acelerarla, pero otras veces cae en los efectos de montaje demasiado vistos en las dos últimas décadas de Hollywood.
Sin límites es una película desigual, pero al mismo tiempo atractiva. Sus personajes están delineados dentro de los estereotipos tantas veces presentados en otras obras. El protagonista es un escritor fracasado y vagabundo, la acompañante es la bella mujer incondicional, tiene la figura del magnate frío y calculador, el misterioso y silencioso perseguidor, e incluso en la galería de moldes prestados está como antagonista el tosco prestamista con diente de oro incluido.
La manera casual como llega la pastilla al protagonista con un encuentro callejero es poco creativa y tampoco es creíble que el secreto de la fabricación de una droga tan poderosa fuera tan esquivo para los magnates. Sin embargo por encima de ello, el relato avanza a pasos gigantes en emoción aunque las situaciones no sean del todo verosímiles. Con su nuevo poder, el protagonista no se cree salvador, ni redentor, ni busca las fórmulas de equilibrio ecológico, ni tampoco la manera de evitar conflictos para ayudar a la humanidad y el planeta. Es un ser presa de la ambición que representa a cualquier ser humano y por eso, se vuelve comprensible para el público. En su depurada narración, la película hace uso de todos los recursos posibles como la voz en off, el montaje acelerado, las persecuciones, las peleas de artes marciales y efectos de volumen de objetos en movimiento, que despiertan los instintos primitivos del egocentrismo y la ambición del espectador.
Lástima que el final sea tan débil, sustentado solo en diálogos moralistas después de una agresiva apuesta visual. Y esta vez Robert DeNiro con su papel de vil magnate, solo detuvo un poco su carrera descendente. Está muy lejos de ser el temeroso villano que se vio en Corazón Satánico de Alan Parker en 1987. Ese sí era un villano antológico.