La última película de los Hermanos Coen No es país para viejos es toda una travesía de desolación por el sur de Texas durante los comienzos de los años ochenta. Esta desolación es resguardada por el implacable paso de la muerte que avanza impulsada por su leal compañera: la ambición.
La obra cinematográfica está basada en la novela homónima de Corman McCarthy, un especialista en la literatura del género del western, quien en diez de sus novelas ha mostrado esa cara destructiva de los Estados Unidos, contextualizada en el sur del país, donde sin censuras muestra sus males endémicos habitualmente relacionados con las armas, el tráfico ilegal de sustancias y mercancías, y un inagotable apego a la violencia como método de presión para conseguir los objetivos lucrativos que tanto caracterizan a la sociedad norteamericana. Al fin y al cabo así fue como el oeste fue conquistado y como le arrebataron a México más del 60% de sus territorios originales.
No es fácil el visionaje completo de la película para el espectador que se metió por error a verla, debido a que se toma su tiempo para mostrar con el mayor sigilo a sus tres personajes principales: un cazador de antílopes que encuentra un botín de más de dos millones de dólares después de un encuentro fallido entre traficantes de droga, un asesino metódico y despiadado que nunca deja una presa viva, y un reposado sheriff en el crepúsculo de su carrera que persigue a estos dos de manera retardada, debido a que los adelantos tecnológicos no le permiten llegar a estar cerca de ellos dos. Tenemos allí a tres grandes actores como uno de los principales puntos de fortaleza de la película: Josh Brolin como Lewellyn Moss, el testarudo cazador que no se detendrá en su huida, Javier Bardem, el mejor de todos en escena, como Antón Chigurh el cruel y sádico asesino, además ganador del Oscar por este papel en el que demuestra su dominio del inglés, y finalmente a Tommy Lee Jones quien interpreta al agotado sheriff que está cansado de seguir el rastro de tanta violencia producida por la codicia.
El final de la obras es uno de los más inesperados de los producidos en Hollywood, donde se acostumbra a dar finales cerrados y concretos. A pesar de quedar abierto, su conclusión es desesperanzadora, porque finalmente las fuerzas que están destruyendo la posibilidad de convivencia pacífica están desatadas y se ha vuelto imparables, porque tienen un entorno que las justifica y les permite actuar por encima de cualquier reclamo de justicia. Los hermanos Coen, director y productor, fueron muy fieles a la perspectiva ofrecida por McCarthy y aunque el público masivo pueda resentir este tipo de culminación de la obra, definitivamente en manos de la pareja de Minnesota, No es país para viejos puede ser apreciada por complejidad y su desazón de la historia contemporánea.
La fotografía de Roger Deakins, colaborador habitual de los Coen, es otro de los puntos fuertes de la producción, porque al desplegar esa perspectiva amplia de los parajes donde se lleva a cabo la doble persecución, queda manifiesta la rudeza del suroeste norteamericano como escenario de esta historia sanguinaria en la que el azar inclina la balanza hacia la muerte y la destrucción.

Con No es país para viejos los hermanos Coen eligieron hacer una adaptación, pero es muy cercana con su línea narrativa, en la que diseccionan los valores más bajos de la sociedad de su tiempo, caracterizada por la mezquindad, avaricia y sordidez.
Así se quitan las ganas de ir a visitar Estados Unidos, ¿no?
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