(Escrita el 18 de septiembre de 2007)
Al salir de ver la película colombiana Buscando a Miguel las sensaciones que quedan en el umbral de la sala de cine son bastante encontradas: ¿un drama de la vida real? ¿un exceso de melodrama callejero? ¿una lección de honestidad? ¿Una oda a los vicios?.
Al salir de ver la película colombiana Buscando a Miguel las sensaciones que quedan en el umbral de la sala de cine son bastante encontradas: ¿un drama de la vida real? ¿un exceso de melodrama callejero? ¿una lección de honestidad? ¿Una oda a los vicios?.
Lo que si se puede decir con seguridad es que después de sus casi dos horas de metraje las escenas presentadas son de una gran crudeza y provocarán dos posiblidades: salirse de la sala para evitar ver tanto ahogo o quedarse a ver con algo de morbosidad y de aversión, todas las vicisitudes de su personaje principal, Miguel.
Esta película escrita y dirigida por Juan Fischer, - quien hace su segundo largometraje- es un viaje por la Colombia marginal, la que se roza con la gran mayoría de los colombianos en las ciudades y que solo es visible cuando golpea al transeúnte por alguna vuelta del destino. Es esa parte de la realidad que muchas veces los colombianos nos negamos a ver así esta se nos pare frente a los ojos, porque esa realidad ha existido por tanto tiempo, que ya ha dejado de tener sorpresa. Pero acá se presenta un mundo existente lleno de drogas, homosexualismo, asesinatos, venta de órganos, reciclaje, indigencia, violencia, lealtad, traición, desprecio y también cariño.
Su premisa del clásico político corrupto que después de ser asaltado con escopolamina pierde su memoria por completo, debe ser digerida absolutamente para dar inicio al descenso al infierno de este “yuppie” que siempre vivió de la costumbre de aprovecharse de las necesidades de los demás en un mundo de engaños y tretas de la política colombiana, donde siempre ha sacado un gran partido. Si no es aceptada la premisa, no se pueden reconocer las desgracias de Miguel y su búsqueda de redención e identidad en la Colombia de abajo, esta vez teniendo como escenario las oscuras calles de Bogotá, pero que se puede asemejar a la de cualquier capital del país.
Hay que reconocerle a Buscando a Miguel que es valiente en presentar el mundo de los travestís y de los habitantes de calle, cuando ya nadie acá los quiere ver en pantalla, porque en cuanto a medios de comunicación se refiere el país está hipnotizado con las secciones de farándula, los chismes de los famosos, los desfiles de moda, las telenovelas folklóricas y todo lo que se acerque a la frivolidad y superficialidad. Colombia en medio de su despertar cinematográfico estaba exhibiendo obras intrascendentes como Bluff, y Esto huele mal, que lograron grandes ganancias en taquillas pero en cambio Buscando a Miguel se arriesgó demasiado en medio de este panorama, para recordar esta parte de nuestra realidad, que no tiene nada de pintoresca, porque hace parte de la violencia que desangra al país diariamente.
Pero hay muchas inconsistencias en su construcción, como la desaparición del lado del hermano de Sol -la travestí -, el reencuentro que tiene Miguel con Pedro, su gran amigo de la calle, y varias elipsis que son demasiado desiguales y que le hacen perder ritmo. Algunos personajes son exagerados, especialmente los antagonistas con sus diálogos y su torpeza al actuar. Los excesos de estos a veces parecen un reinado de exhibicionismo. La resolución fue demasiado abrupta y a diferencia de muchas películas a esta le quedó faltando más tiempo para poder explicar los cambios de Miguel y de Helena y el reencuentro con Sol.
Es grato poder ver a la gran actriz de teatro Laura García interpretando a Sol, aunque su presentación inicial de travestido y homosexual es muy recargada, a medida que avanza el relato, su personaje va tomando mayor dimensión y mejores matices. La película tiene en general a varios actores de carácter con trayectoria en el teatro, quienes por encima de querer robarse el show, tratan de dar las representaciones más verosímiles de estos personajes callejeros, rudos por un lado y golpeados por el otro. Allí están Luis Fernando Bohórquez como Miguel, el siempre creíble Hernán Medina como Pedro, a Mónica Gómez como Helena y a Pedro Mogollón como Ernesto, el eterno enamorado de Sol.
En conclusión “Buscando a Miguel” no es apta para todos los públicos, y menos para aquellos que no se quieren seguir manchando con la parte de la realidad nacional, y que en sus autos siempre llevan los vidrios arriba, para que no se les cuele nada del ambiente de los marginales, que también están ahí alrededor y que cada días son muchos más.
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