(Escrita el 15 de septiembre de 2007)
Cuando el director alemán Florian Henckel Von Donnersmarck se levantó a recoger la estatuilla a mejor película extranjera para su película La Vida de los Otros en la ceremonia de los premios Oscar de este año, la sorpresa fue muy grande porque la gran mayoría de los medios apostaban a que esta estatuilla iba a ser recogida por el mexicano Guillermo del Toro, de quien se preveía una victoria rotunda con El laberinto del Fauno, que ya había ganado tres premios en la misma noche.El acercamiento a La Vida de los Otros se convirtió en indispensable para encontrar esas razones por las cuales la Academia de Hollywood ofreció su venia a esta película. Después de verla considero que razones para recibir este premio le sobraron y que pudimos por medio de ella, conocer una realidad silenciosa de los antiguos países comunistas en Europa, controlados con ferocidad y crueldad desde Moscú.
En 2003 debido a la exhibición de Goodbye Lenin de Wolfgang Becker, el mundo conoció un lado romántico de la República Democrática Alemana RDA, donde se mostró un espíritu bondadoso y afable hacia al régimen impuesto y controlado por la URSS después de la caída del país germánico en la Segunda Guerra Mundial. A Florian Henckel Von Donnersmarck, le preocupó seriamente este imaginario de la Alemania de sus padres y por eso quiso mostrar esa parte siniestra del régimen que se especializó en espiar las vidas de todos sus habitantes y que convirtió a un gran porcentaje de la población en delatores de sus vecinos, amigos y también de sus familiares. Una muestra de que el totalitarismo casi acaba con toda la vida privada de los que estaban bajo su yugo.
Esta repudiable pero habitual práctica, fue llevada a cabo por la Stasi, la policía secreta de la RDA y precisamente personificando a uno de sus mejores espías, inicia esta monumental película que cuenta la historia del capitán Gerd Wiesler, interpretado con categoría por Ulrich Mühe, quien es uno de los más metódicos, incisivos y fríos agentes que escudriña todos los detalles de sus víctimas por medio de micrófonos y que posteriormente en interrogatorios los presiona al punto de lograr que revelen sus más recónditos secretos. Por la excelencia de su labor es elegido para lleve una misión encomendada de manera personal por el propio Ministro de Artes de la República para espiar al reconocido dramaturgo Georg Dreyman (Sebastian Koch) y a su esposa, la popular actriz de teatro Christa-Maria Sieland (Martina Gedeck).
Al examinar la vida de los artistas de esta Alemania, empieza para Wiesler la labor de oír detalles de gente que nunca había tenido idea que tuvieran existencia alguan y este personaje bastante temible al inicio, comienza a recibir por su oído, unas sensaciones que le van transformando y que le amplían su mundo más allá de los informes, los uniformes, los rangos y las delaciones de la Stasi.
Entre sus tantos valores, el más grande de todos los que tiene La Vida de los Otros es la reivindicación del arte como una parte fundamental de la existencia de las sociedades. Y en su narración lo va mostrando de manera individual con el capitán Wiesler con el entendimiento del axioma de que el arte debe sobrevivir por encima de todas las tragedias y crisis que las sociedades tengan.
La película inicialmente lleva un ritmo pausado en el que se describe la ciudad de Berlín en medio de los años ochenta y como subterráneamente sus artistas tratan de buscar la manera de crear códigos indescifrables para las autoridades, para poder enviar mensajes al mundo acerca de la situación de opresión en la que ellos viven. Pero son sus 45 minutos finales los que son una gran muestra de la habilidad, ritmo y dramaturgia de Von Donnersmarck, donde se desencadenan todos los silencios, voces, traiciones y lealtades que la convierten en una gran obra de arte contemporánea. A pesar de los premios obtenidos y la interpretación contenida y a la vez sobrecogedora de su protagonista Ulrich Mühe, el colofón real de esta historia es triste, ya que el pasado 25 de agosto murió de cáncer este singular actor de 54 años, que quedará en la memoria de la cinematografía como el conmovido agente que se fue transformando irremediablemente en un amante furibundo del arte.
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