(Escrita el 23 de febrero de 2008)
Esta vez, una joven pareja de esposos compra una antigua mansión que en el pasado había sido un orfanato y el primer hogar de Laura (Belén Rueda) cuando era tan solo una niña y que ahora al volver junto con su hijo Simón (Roger Príncep), también adoptado, van a convertirla en un centro de recuperación para niños con problemas de síndrome de Down. Todo se complica cuando el hijo de ellos desaparece misteriosamente en la casa después de decirle a su madre que ha tenido varios contactos con unos amigos invisibles que habitan en la casa.
En términos generales El Orfanato - ópera prima del español Juan Antonio Bayona -, dejará a los espectadores con la sensación de haber presenciado una obra que genera en primera instancia, momentos atemorizantes muy bien recreados, - como la aparición de los niños en el juego del escondite- , acompañado con la sensación de dulzura en la relación filial entre madre e hijo. Pero desafortunadamente las referencias con otras obras anteriores opacan esa característica de originalidad que le quieren promulgar en toda su publicidad.
Es ineludible remitirse a Los Otros de Alejandro Amenabar en donde veíamos a una madre con características de leona, quien primero protegía a sus hijos para luego pasar a “devorarlos”, trama muy similar a lo que sucede en El Orfanato. Además la aparición de la médium también ya la teníamos referenciada en Los Otros, solo que en El Orfanato hacen el aporte de las cámaras de video puestas en los rincones de la casa mientras hacen el seguimiento a la espiritista (Geraldine Chaplin). Lo mismo acontece con los puntos de giro del guión y su desenlace de liberación con la ensoñación que ya vimos en dos películas de Guillermo del Toro: El espinazo del diablo y El Laberinto del Fauno. En la primera, la maldición del niño asesinado cobrará finalmente su venganza y en la segunda el mundo fantástico inventado por la niña será el que la liberará de sus tristezas en la dimensión real. Estos dos elementos los tenemos claramente en El Orfanato, que además es precisamente producida por el propio Guillermo del Toro. Por eso las sorpresas no son tan grandes como se encontraron a primera vista.
Por encima de estas dos deficiencias, el éxito que ha tenido en el público, la taquilla y cierto sector de la crítica, se debe a que está muy bien ambientada y tiene una firme dirección. Bayona es preciso y calmado en su relato, y utiliza un sugerente manejo de los claroscuros, especialmente en los primeros planos de sus personajes, que son muy afortunados para el género. La dirección de arte de la casa ambienta muy bien esa transición al mundo del pasado que tanto se espera, y su vestuario, especialmente en su desenlace mejora el avance del suspenso. Justamente en estas categorías fue donde obtuvo sus principales premios Goya, junto al de sonido y diseño de producción.
Con respecto a las actuaciones, estas apenas cumplen porque son demasiado dependientes de las líneas del guión por lo que las caracterizaciones en general, están más ligadas a los roles que a la profundización de los personajes.
Hay un trasfondo evidente de cristianismo presente en la obra, en el pago de los pecados y las faltas, que tarde o temprano serán realizados en un juicio final, razón por la cual ha calado tanto en el público iberoamericano. La creencia en que la justicia llegará en el más allá ya es constante en los relatos que dirige y produce Del Toro, quien busca en sus fábulas ofrecer una redención tardía pero justa a los crímenes que han quedado silenciados en el pasado.
De todas maneras, hay que abonarle que su final está lleno de mucha ternura y que su guión cerró muy bien el ciclo iniciado desde la primera escena. Una madre con un corazón gigante siempre tendrá lugar en un orfanato.
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