(Escrito el 10 de agosto de 2009)
Este es un pequeño relato que bordea hasta las últimas consecuencias, el límite de las funciones adscritas al hábito de la vida sacerdotal y la rigurosidad que este podría tener en su tradición más conservadora. Su protagonista principal tiene esa característica distinta del hombre que por sus obras va más allá del deber, al punto que no usa la clásica sotana que lo eleva por encima de sus parroquianos, sino que anda en sandalias, bermuda, sombrero y mochila, casi como un estudiante universitario de izquierda que lucha por los derechos de justicia social, llevando un paso desafiante contra los que atentan contra su comunidad. Al tener estas costumbres en su vida diaria, se iguala a los habitantes del pueblo, camina como ellos, baila y toma alcohol en sus fiestas, dice una que otra grosería cuando tiene que alzar la voz, pero en medio de esa cercanía y fraternidad, confunde los papeles y le hace olvidar sus votos de castidad precisamente con la mujer más hermosa de la población.
Sin entrar tan profundamente en asuntos de política, que en Colombia se lee como la mala práctica de ella como lo es el proselitismo y la promesa incumplida, también habla de este tema y del puente que Gabriel como un hombre de Dios trata de hacer con las figuras más representativas de la sociedad civil que en realidad no cumplen con su papel. Es la voz de los que no son escuchados, es la luz de los engañados.
Hay películas de rápida recordación que tratan acerca del asunto del límite que tienen los sacerdotes con su voto de castidad, y estas han tenido diversos resultados. Una de ellas fue la película mexicana El crimen del padre Amaro, en la que finalmente pudo más el escándalo del aborto inducido por el padre que el mismo guión y la actuación de la estrella mexicana Gael García Bernal. También el español Pedro Almodóvar levantó muchas ampollas cuando hizo La mala educación, película que él asumió como un relato personal en la que el acoso sexual de un cura a dos niños de un colegio en Galicia los marcaba de por vida, contándolo de manera espinosa y dolorosa. Y recientemente fue hecha también en España Los girasoles ciegos de José Luis Cuerda, basada en la novela de Alberto Méndez que a pesar de haber sido enviada a muchos festivales y representar a España el año pasado en la categoría de Oscar a la mejor película extranjera no consiguió ningún de los premios, ni los aplausos esperados. No los merecía.
La pasión de Gabriel sin tantas ínfulas logra buenos resultados al menos entre el público colombiano. Las puestas en escena de los paseos de olla, de las fiestas del pueblo, de los bazares y también de los actos políticos de inauguración son muy verosímiles porque retratan el comportamiento clásico de los colombianos en este tipo de eventos. Y en medio de ellos es contada esta historia con el guión de Diego Vásquez y de su propio director Luis Alberto Restrepo que la ayuda a ser un retrato costumbrista en su contexto pero trágico en su finalidad, como lo es gran parte de la vida en el sector rural del país. Este es otro de los puntos fuertes de la obra al mostrar la desprotección de la población civil en medio de los bandos que han perpetuado un largo conflicto que parece no tener fin, y por esta razón la figura emergente del sacerdote que quiere defender a su población se convierte casi en la única salida para poder sobrevivir, y proteger a la población juvenil en especial. Ni ejército ni guerrilla ayudan en el conflicto porque cada cual tiene sus intereses por encima de la propia vida de aquellos a quienes ellos dicen que defienden.
La pasión de Gabriel es una película recomendada por su tema, su ambientación, su actor principal Andrés Parra y su apuesta por una narración bien construida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario