(Escrito el 24 de julio de 2007)
Para los amantes del cine arte, la temporada de vacaciones, tanto en la mitad como en el final del año, se convierte en la de mayor ausentismo al visitar las salas de cine. Más que en cualquier otro momento, el único refugio se encuentra en las video tiendas o en la programación por cable.
Muchas películas que en algún momento fueron exitosas, continúan buscando más ganancias con sus secuelas que van en conteo ascendente de 1, 2, 3, 4 en cuanto a sus continuaciones, pero que van de manera descendente de 4, 3, 2, 1 en cuanto a sus calificaciones. Y es en estas temporadas cuando tienen su gran aparición con toda la publicidad posible.
La razón para que algunos de los que amamos el cine arte asistamos a algunas de estas funciones se debe a que tenemos mucho tiempo y dinero de sobra o porque terminamos complaciendo a alguien solo para disfrutar de su compañía como un sencillo pasatiempo.
Pero en medio de tanta desazón, más por suerte que por orientación, pude ver la sorprendente película del estudio de animación Pixar, Ratatouille que me dejó con grandes sabores en el paladar.
El argumento de esta obra animada gira en torno a Remy, una rata que nace con un sentido muy desarrollado: su olfato. Por ello su placer más grande lo encuentra al visitar una cocina, donde puede encontrar los mejores olores para luego, hacer las más sorprendentes mezclas de comidas. Pero Remy tendrá que tomar una dura decisión entre su amor por su gigante familia roedora o su obsesión por el deleite de cocinar en el restaurante de Gousteau, el sitio de sus sueños en París.
Uno de los tantos puntos interesantes de Ratatouille es el manejo de egos de los personajes humanos: un desorientado Lingüini, quien saca partido de su alianza con Remy, un envidioso Skinner que busca heredar un negocio que no le pertenece, una histérica Colette quien defenderá su condición de ser la única mujer en medio de tantos hombres, y un arrogante Anton Ego, el más famoso guormet de París, empeñado en dejar el restaurante de Gousteau con una baja calificación.
Y por debajo de todos ellos, está la figura del “chefcito” Remy quien se olvida de su ego y de su condición de rata, y se entrega por completo a su amor por la cocina en la ciudad de París, que como escenario general, aparece bella y deslumbrante como ha sido su tradición.
Ratatouille afortunadamente desde su inicio deja atrás su delimitación de película infantil y entra en terrenos mayores, porque en medio de tantos enfrentamientos y conflictos de sus personajes humanos, recuerda que las pasiones se van apagando cuando por intereses distorsionados se quiere anteponer el nombre por encima de la obra.
De todas maneras el nombre de Brad Bird dirigiendo y co escribiendo ya era una garantía de una obra admirable porque sus créditos anteriores así lo confirmaban con la explosividad de Los Increíbles y el ingenio de El gigante de Hierro.
Confieso que no soy seguidor de las películas de animación porque sus moralejas y mensajes se pasan de obvios en muchas oportunidades, porque sus personajes quieren siempre mostrarse como díscolos e iconoclastas, porque toman las historias tradicionales y las convierten en espectáculo con exagerados fuegos artificiales, fanfarronadas y toboganes, pero Ratatouille sí que se convierte en toda una experiencia de amor al buen gusto, a la innovación y a la creatividad. Recomendada a ojo cerrado.
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